Atilana

Ramoní estuvo todos esos días pensativa. Miraba desde su sillón de mimbre a su nieta que cantaba perdida en un sueño repetido, donde se le aparecía el amante nocturno con su olor a monte y misterio destapándola despacito para ir hundiéndose después con fuerza en su cuerpo sin decir una sola palabra. La nieta, Atilana, había cambiado desde entonces. Ella, de tristeza larga, estaba loca de contento.
-Viste cómo se le nota.
-Se le nota a la legua, anda en amores.
El tranco de cabrita nueva de la nieta, los pasos que no se oían al borde de la cama sino más lejos y como afuera bajo los mangos, el olor a sobaco húmedo que quedaba pegado hasta a las paredes de tacuara y barro colorado después de que el amado intruso hurgara bajo el camisón de bombasí rosado de Atilana sin que esta hiciera nada salvo exhalar su olor para juntarlo con el otro aroma desvanecedor, fueron haciendo el milagro de rejuvenecer a la anciana pero sin traerla de vuelta de su carne machucada sin pena ni gloria.
De día no podía dormir: quería apropiarse con los ojos de todo lo que quedara sobre el cuerpo satisfecho de Atilana. A veces le dolían las arrugas cuando con su escasa vista percibía un arañazo en los hombros carnosos de la muchacha o un moretón azulado en el cuello. De noche tampoco podía, porque esperaba con los ojos prendidos en la oscuridad el andar extraño que no podía oír, pero que sentía de golpe en la punta de su ansiedad. Había llegado a comer un poco de tabaco que él, en su silenciosa puntualidad nocturna, dejó tirado al borde del catre.
A Ramoní le sirvió la pequeña sustancia marrón para el día entero. Se la pasó mascando de a puchitos, hasta que tuvo que [22] resignarse a tragarse con la saliva terrosa el último resto de sueño que le quedaba. Después se quedó pensativa en el sillón de mimbre, fraguando la felicidad, el colmo, el desespero amoroso.
Esa noche iba a concretar la locura. Ni pudo tragarse el guiso de pájaros que Atilana preparó saltando: la muchacha venía haciendo de ese modo todas las cosas en los últimos días, desde que empezó a florecer en la humedad de la noche. Así que Ramoní enredó tanto las cosas, inventolas mil y una, y entre vuelta y vuelta de cuentos que iba soltando a la nieta, esta no tuvo voluntad para rechazar un vasito de guaripola (8). A un vasito siguió otro, y finalmente Atilana terminó durmiendo en la cama de su abuela, y esta se tumbó en el catre de la muchacha, envuelta en el camisón rosado de bombasí que olía a una flor y a un cielo cargado de lluvia.
Llegada la medianoche, Ramoní tenía el espíritu dispuesto y el cuerpo venía detrás. Primero en la noche se sintió una alteración de gallinas desde la esquina del tatakua (9). Después, el viento pareció detenerse sobre la puerta y Ramoní sintió con el olfato que él, el amado silencioso, ya estaba allí, que ya la tocaba casi, que ya lo tenía encima, hurgándole el camisón rosado de bombasí con una violencia increíble que la arrojó sobre sí misma y la replegó en su sorpresa y su locura. En el centro mismo de un relámpago, tuvo todas las certezas en un solo instante.
Lo vio, más fuerza que cuerpo, más negro que el más oscuro de los pecados, más húmedo que la respiración del abuelo cuando el asma lo sumía en la demencia. Puro pelos y ojos encendidos, el amado sustraído por una noche, el apenas entrevisto, silbó una sola vez, y la estranguló. Dicen que el Señor de la Noche (10), aquel cuyo nombre en guaraní no debía jamás ser pronunciado, había estado en la casa y que había matado a Ramoní. Atilana, desde el [23] segundo, extravió su pensamiento y corrió a buscarlo para siempre entre los frondosos mangos y la dudosa soledad del tatakua.
-Esa chica delira, arde y tiene la piel fría.
-Que Dios y la Virgen le den su divino amparo. [25]

1 comentario:

Anónimo dijo...

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Acerca de la autora

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Biobibliografía

Amanda Pedrozo nació en Asunción, Paraguay, el 14 de diciembre de 1955.
Estudió Letras en la Universidad Católica. Trabajó en varios diarios y revistas del país como periodista, y actualmente es directora del Dario Popular.
Integró el Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero, con cuya editorial publicó sus primeros poemas: Poesía Taller, Y ahora la palabra, Poesía Itinerante. Con este grupo, participó en recitales, festivales, tertulias literarias, Káso Ñemombe'u. Publicó en varias antologías nacionales e internacionales.
Actualmente forma parte del Nire (Núcleo de Integración Regional de Escritores) y de Los Puños de la Paloma. Participó de mesas redondas, congresos, simposios, recitales y ferias del libro, en Santa Fe, Corrientes, Florianópolis, Entre Ríos, Resistencia, Ituzaingo, Porto Alegre, entre otros. Publicó sus cuentos en la revista "Palabras Escritas" y en "Prostibularias", ambas del Nire, así como en la antología virtual "Desde el silencio", de "Los Puños de la Paloma".
Publicó: "Mujeres al teléfono y otros cuentos" ( juntamente con Mabel Pedrozo); "Las cosas usuales" (poemas); "Mal de amores" (poemas), "Diario del bosque del Este" (cuentos para niños).