Los chanchos

Los chanchos cavaron hasta más no poder. María Gertrú volcó el contenido del tacho de comida en la tierra. María Gertrú se miraba hacer estas cosas sintiendo que las palabras se le trancaban en la saliva sin que pudiera escupirlas ni procurando. María Gertrú vivía sentada en la rama baja del yvapov. Los parientes más próximos habían aprendido que era inútil tratar de arrancarla del silencio y del árbol. Desde donde miraba fijamente a los chanchos que cavaban día y noche hasta más no poder. Justo donde ella solía volear el contenido del tacho de comida para que ellos siguieran el ritmo de su fiebre.
El hueco en la tierra se fue ahondando. Hasta que entre descanso y descanso de estómago los chanchos pudieron tener la felicidad de dormir metidos allí por turno riguroso. Mientras ellos dormían María Gertrú paraba un rato su agitación desmedida hasta que no aguantaba más y soltaba las frutas más cercanas del yvapov, confiada en el instinto inagotable que los hacía mover otra vez las pezuñas, movimiento que María Gertrú acompañaba inevitablemente con las palpitaciones de sus dedos. Una vez antes de eso la muchacha se había negado a entrar a la casa y nadie pudo arrancarle el empecinamiento de los ojos que hurgaron sin parar el sitio exacto de su salvación. De donde quisieron sustraerla Negra y Aparicio tomándola de los sobacos. Pero ni el peso de la obligación familiar impidió que finalmente la olvidaran, para lo cual sólo tuvieron que dejarla sentada en la rama baja del yvapov, sitio único en el mundo en que lograron que no siguiera gruñendo como los chanchos.
Por lo que al principio no pudieron identificar quién había gritado de ese modo desde el patio, allá donde el hueco en la tierra [32] se iba haciendo cada vez más profundo. Negra y Aparicio forzaron juntos la memoria hasta que les fue posible apartar del resto de los sonidos la voz de María Gertrú. La muchacha gritaba perdida en el centro de la tierra y el ruido de los chanchos, cavando con las uñas y la ansiedad, arrancando terrones de tierra, arañando, rompiendo, sacando los dientes, sudando. Negra y Aparicio la vieron descuajar el mundo hasta el grito final y el desmayo.
Recién entonces pudieron olvidarla para siempre jamás, en el mismo instante en que vieron el cuello del kambuchi (15) que salía apenas pero que ya dejaba ver su glorioso contenido de oro y locura y desesperación. María Gertrú jamás despertaría del sueño sin ventanas en que la había sumido la plata yvygui (16), desde que los primeros póras (17) entraron al patio de los tres hermanos mediante un temblor del cielo y una resonancia de la tierra mojada. [33]

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Acerca de la autora

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Biobibliografía

Amanda Pedrozo nació en Asunción, Paraguay, el 14 de diciembre de 1955.
Estudió Letras en la Universidad Católica. Trabajó en varios diarios y revistas del país como periodista, y actualmente es directora del Dario Popular.
Integró el Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero, con cuya editorial publicó sus primeros poemas: Poesía Taller, Y ahora la palabra, Poesía Itinerante. Con este grupo, participó en recitales, festivales, tertulias literarias, Káso Ñemombe'u. Publicó en varias antologías nacionales e internacionales.
Actualmente forma parte del Nire (Núcleo de Integración Regional de Escritores) y de Los Puños de la Paloma. Participó de mesas redondas, congresos, simposios, recitales y ferias del libro, en Santa Fe, Corrientes, Florianópolis, Entre Ríos, Resistencia, Ituzaingo, Porto Alegre, entre otros. Publicó sus cuentos en la revista "Palabras Escritas" y en "Prostibularias", ambas del Nire, así como en la antología virtual "Desde el silencio", de "Los Puños de la Paloma".
Publicó: "Mujeres al teléfono y otros cuentos" ( juntamente con Mabel Pedrozo); "Las cosas usuales" (poemas); "Mal de amores" (poemas), "Diario del bosque del Este" (cuentos para niños).